Don Agustín Iturbide

perteneció á una familia acomodada de Valladolid en México. Era criollo, de buena presencia y de un valor é inteligencia poco comunes.
Dedse el año de 1809 estuvo en relaciones con los patriotas de México; pero habiéndole negado Hidalgo el grado de Teniente General que deseaba, se pasó resueltamente á los españoles y fué, como sucede siempre en tales casos, el más sanguinario y encarnizado perseguidor de sus antiguos amigos.

Cuando estuvo con mando militar, sus crueldades fueron remarcables. En un despacho que dirigió al Virrey en 1814, le comunicaba, que para celebrar dignamente el Viernes Santo de aquel año, «había fusilado á trescientos excomulgados», (independientes). El Virrey lo puso al frente de las fuerzas acantonadas entre México y Acapulco, concediéndole el grado de General en Jefe de las mismas.

Guerrero, último jefe de los patriotas mexicanos, mantenía el fuego de la revolución; y sus partidas, que alarmaban constantemente á las autoridades españolas, eran perseguidas por el General Armijo á quien sustituyó Iturbide.

El nuevo Jefe de las fuerzas españolas, cuyos antecedentes conocemos, alimentaba en su pecho una vasta ambición, que se proponía satisfacer por cualquier medio.

Dueño del ejército, su primer paso fué entenderse con Guerrero, el indomable jefe de los insurgentes, con quien tuvo una conferencia en una aldea inmediata á México, en uno de los días del mes de enero de 1821.

Entendidos ya con los revolucionarios, Iturbide escribió al Virrey, participándole su determinación de proclamar la independencia de Nueva España.

Llenada la formalidad anterior, Iturbide marchó á Iguala, pueblo á cuarenta leguas al sur de México y el 24 de febrero publicó su famoso plan.

Los amigos de España eligieron á otro Virrey, á O’Donojú; pero éste se vió obligado á encerrarse en el Castillo de San Juan de Ulúa, de donde entró en arreglos con Iturbide, firmando los tratados de Córdoba.

Se estipuló en ellos, que el Gobierno español aceptaría el Plan de Iguala, y que en México, entraría á gobernar una Junta de treinta y seis personas que debía reemplazar el Poder Legislativo, hasta la convocación de un Congreso. Como poder ejecutivo, se nombraría provisionalmente una Regencia, mientras se recibía de España una respuesta acerca de la Corona ofrecida al Rey ó á uno de los infantes; permaneciendo en vigor la Constitución española de 1812.

Iturbide nombró, entre sus amigos, las treinta y seis personas que debían componer la Junta, y se colocó él mismo como Presidente á la cabeza de la regencia; uniendo á este poder las funciones de Generalísimo de mar y tierra y ostentando el lujo de un Virrey, en momentos en que la miseria pública llegaba al extremo.

En febrero de 1822 se reunieron las Cortes mexicanas , la gran mayoria del Congreso era monárquica y enemiga de Iturbide, y cuando éste quiso leer su mensaje á la derecha del Presidente, lo obligó á pasar á la izquierda y lo humilló publicamente.

Iturbide se había asignado á sí mismo veinte mil pesos de sueldo anual y á cada Ministro ocho mil. Exigió un contignete del ejército y exigió preferencias, Sin embargo el Congreso trató de reducir el ejército y por ésta causa rompió con Iturbide.

Los ánimos se agriaban más y más cada dia Y habiéndose recibido la noticia de que el Gobierno español negaba su aprobación á los Tratados de Córdoba. Iturbide dió un golpe de Estado y se hizo proclamar Emperador por el mismo Congreso constitucional, el 21 de mayo de 1822, tomando el nombre de Agustin I.

Los que conocieron al nuevo Emperador de México, decían que se asemejaba á San Martin y á Bolivar, en su ambición en lo reservado y en el lenguaje equívoco y arte de disimular de que se valía para todos sus asuntos.

Tenía de común con Bolivar las maneras seductoras y hasta la costumbre poco franca de fijar la vista en el suelo durante la conversación; pero sin el talento y sin la ilustración del Libertador, fué menos modesto en el fin que se propuso y menos escrupuloso en la elección de los medios.

Iturbide fué tambien un soldado experto y afortunado y de una constitución tan robusta, que lo hacía capaz de resistir las mayores fatigas.

El Emperador obligó al Congreso a decretar la herencia de La Corona, á quien nombrase Principe de la Unión á su padre y á que le diese á éste, lo mismo que á él, el tratamiento de Alteza Imperial.

El clero y el ejército apoyaban el poder y el fausto del nuevo monarca, pero en todo el país había vivisimo discontento.

Por fin, los pueblos cansados de aquella farsa de monarquía, que costaba muchos millones de pesos al exausto Tesoro, proclamarón República, uniéndose al General Santana que había levantado la bandera de insurrección en Veracruz.

Iturbude disponía del ejército, y envió tropas a combatir Santana; pero los jefes se pusieron de acuerdo con éste y firmaron el 1ª de febrero de 1823, el convenio de Casa Mata, por el cual se proclamó el restablecimiento del Congreso, aparentando no obstante dejar á salvo la persona del Emperador, á quien enviaron copia de todo.

El valor y la energía parecieron abandonar á Itrubide en lance tan supremo. Dejó pasar el tiempo sin moverse, ni tomar providencias eficaces.

Cuando se creyó perdido, convocó extraordinariamente el mismo Congreso que él había disuelto, lo abrió personalmente el 7 de marzo, y el 19 presentó su abdicación de la Corona, confesando humildemente, que al subir al Trono había perdido el afecto que se había grangeado libertando al pueblo del yugo de los españoles.

El Congreso que ya no tenía que temer, no aceptó la abdicación, que implicaba el reconocimiento del derecho al trono, declaró nula y de ningún valor la elección de Iturbide. Iturbide abandona México y se fué a Europa.

En Inglaterra cuando supode una Alianza que proyectaba una expedición a Mexico, éste escribio á los Congresistas el 13 de febrero de 1824, ofreciendose. El Congreso resolvió no responder á la nota de Iturbide y lleno de saña contra él, declaró el 28 de abril que quedaba fuera de ley si pisaba nuevamente el territorio mexicano.

En el entretanto, Iturbide inocente de lo que pasaba, se presentó en julio siguiente en el puerto de Soto de la marina, acompañado de un capellan, y de su esposa y dos tiernos niños.

Se le recibió con agasajo, y una vez internado, se le redujo a prisión en Padilla y se le ejecutó inmediatamente inmediatamente después en la plaza pública, el 19 de julio de 1824.

Asi terminaron los dias del libertador de Mejico, en hora precisa en que arrepentido de sus faltas, venía á afrendar su vida y su sangre en aras de la libertad de la patria

El general mexicano don Vicente Filísola marchó con 600 hombres sobre la Provincia de Chiapas, que se había unido a México, y después, obedeciendo ódenes de Iturbide y el llamamiento de las autoridades de Guatemala, se trasladó á ésta ciudad el 13 de julio de 1822.
Filísola se invistió el 21 del mismo mes de julio con el título y poder de Capitán General; pero prudente y humano, sus trabajos de pacificación se concretarón á negociaciones con los rebeldes de San Salvador.

Agotadas las medidas de conciliación y habiendo recibido orden especial y terminante del Emperador, para reducir á la obediencia inmediata á los rebelados savadoreños , se puso en marcha á la cabeza de dos mil hombres y dejó en su lugar, en Guatemala a su segundo el Coronel Codallos.

La ciudad de San Salvador resistió valientemente hasta el 7 de febrero de 1823, en que Filísola se apodera de ella á viva fuerza; pereciendo en el combate 88 salvadoreños entre muertos y heridos de gravedad. el resto de tropas salvadoreñas que se retiró con dirección a Honduras, capituló en Gualcince, cuando tuvo noticia de la clemencia con que Filísola trataba a los vencidos. De esta manera quedó toda la Provincia sujeta a Méjico.

Durante la guerra contra los imperialistas, los salvadoreños erigierón una diócesis en su territorio, con objeto de ser más independiente de Guatemala. de este procedimiento se originaron después muchos desórdenes y disputas que tuvo el Gobierno, no sólo con el clero y con la santa Sede sino también con las autoridades civiles.

El Arzobispo de Guatemala, enemigo de los salvadoreños con doble motivo, los excomulgó solemnemente; pero los salvadoreños se rieron de las censuras, echarón fuera á todos los curas partidarios del Arzobispo, y á su vez hicieron excomulgar á éste y á todos los suyos.

De las disputas políticas y religiosas entre guatemaltecos y salvadoreños, nació esa funesta rivalidad que se conserva hasta el día, y las denominaciones de chapines y guanacos. (1)

1.-
Según se asegura en un antiguo manuscrito que el autor vió en Quetzaltenango, la palabra chapín, que se aplicaba á una forma de tacón de bota, sirvió para designar á los opresores; y la palabra guanaco, nombre de una especie de ciervo, para las victimas de aquella opresión, á quienes se suponía rústicas y montaraces.- (N. del A).

Aunque se habia terminado la pacificación de San Salvador, no asi en Granada, los granadinos a las órdenes del artillero Cleto Ordoñez, tomarón el cuartel á las diez de la noche del 16 de enero de 1823, y después de apoderarse de las armas, proclamaron la República y desconocierón a Iturbide.

Tan luego se supo en León el pronunciamiento de Granada, el Obispo Jerez y el Intendente Saravia, hicieron marchar mil hombres, á cuya cabeza se puso el último, con el objeto de someter á todos los rebelados contra el Imperio.

Ordóñez, que apenas contaba con unos pocos reclusos, rodeó la plaza de barricadas, situó en ellas la artillería, dispuso la defensa en toda la linea y dió aliento y valor al vecindario.

González Saravia se presentó poco después en Granada, atacando la plaza el 13 de febrero; pero los sitiados hicieron, tan buen uso de la artílleria, y lo obligaron á replegarse á Masaya, con pérdida de algunos hombres, entre ellos su segundo jefe.

Preparábase Saravia á dar un segundo ataque, para cuyo efecto había solicitado auxilios de Filísola, cuando le llegó la noticia de los sucesos de México, terminación del Imperio y decreto de convocatoria del Congreso centr Américano. Esto produciría una provocación del ejército de Saravia, que fué llamado desde Guatemala y Granada libre de enemigos nuevamente, creando una Junta Gubernativa con acuerdo a Guatemala.

Mientras tanto, la Diputación Presidencial con vista del decreto de Filísola y considerándose la orfandad respecto al Imperio, acordó en 17 de agosto de 1823, instalar una Junta Gubernativa, compuesto de cinco vocales, dos por parte de la misma Diputación, uno por el noble Ayuntamiento y dos por el pueblo, con dos suplentes más, la que ejercería las funciones de Gobierno Soberano, en los casos que lo exigiera la necesidad.

En consecuencia, fueron electos por aclamación unánime, para componer dicha Junta Gubernativa, los señores, Presbítero don Pedro Solís y don Carmen Salazar, por la Diputación Provincial: el doctor don Francisco Quiñones, por el Ayuntamiento: don Domingo Galarza y don Basilio Carrillo, por el pueblo; y don Valentín Gallegos y don Juan Hernández como suplentes.

La Junta así organizada, quedó facultada para resolver si admitía ó no la invitación de Filísola para concurrir al Congreso de Guatemala; debiendo ejercer las funciones de Jefe político el vocal 2ª don Carmen Salazar y Cesar el Brigadier don Miguel González Saravia en todos los mandos que hasta entonces había ejercido. Para este efecto, le ofició la misma Junta, ordenándole que cesara en sus hostilidades contra Granada y que entregara las armas á un Comisionado.

La provincia de Costa Rica, que casi no tuvo más que cuatro pueblos de importancia y que por su situación aislada, hasta entonces se había mantenido quieta, sufrió al fin de la influencia de los antagonismos.

Cartago, la antigua capital, se pronunció por el Imperio; pero San José y Alajuela estuvieron en desacuerdo.

En un combate en el punto llamado «Las Arcadias», los cartagineses se rindieron á los josefinos y desde entonces trasladarón la capital a San José.

El general Filísola regresó á Guatemala en marzo de 1823, teniendo ya noticia de que el Trono Imperial estaba próximo a derrumbarse en México. expidió entonces, en 19 del mismo mes y en concepto de Jefe superior, un decreto para la reunión del Congreso Nacional, que fué acogido con entusiasmo por los pueblos. El gobierno del Imperio fué de los peores en centro América, pues durante él se vieron contribuciones exhorbitantes, aranceles bárbaros, papel moneda desacreditado, donativos, préstamos, y gastos considerables en pomposas juras del Emperador, y sobre todo, en el sostenimiento de la división protectora, verdadera plaga para todas las poblaciones con que tocó.

Para el 1ª de junio de 1823 fué convocado el Congreso por Filísola; pero éste no pudo reunirse, sino hasta el 24 del mismo mes con cuarenta y un representantes que formaban la mayoría, y sin la concurrencia de Chiapas, que no quiso separarse de México. Tomó el nombre de Asamblea Nacional Constituyente y abrió sus sesiones el día 29.

Los trabajos preparatorios se hicieron por personas entendidas, escogidos entre los que fueron en otro tiempo miembros de las Cortes de España y de México.

La nueva Asamblea, cuyo presidente era el doctor don Matías Delgado, dió al país el nombre de «Provincias Unidas de centro América y lo declaró libre é independiente de la antigua España, de México y de cualquiera otra potencia, siendo cada uno de sus Estados libres en su Gobierno y administrados interior (1).

Los Diputados de Nicaragua en la Asamblea Nacional Constituyente que se incorporaron en septiembre eran: el Doctor don Manuel Barbereno y don Toribio Arguello, por el partido de León: el Licenciado don José Benito Rosales y don Manuel Mendoza, por el de Granada: el Licenciado don Filadelfo Benavente, por el de Matagalpa; y el Licenciado don Filadelfo Benavente, por el de Matagalpa; y Licenciado don José Manuel de la Cerda, por el de Rivas.- (N. del A).

Declaración solemne de que los esclavos que existiesen en cualquier punto de Centro América eran libres desde aquel día 23 de abril de 1824., y de todo el que pisara el territorio no podría estar en esclavitud, ni ser ciudadanos que traficasen con esclavos
El Congreso duró diez meses y sus principales trabajos fuerón los siguientes:

Instalación en Guatemala de un Poder Ejecutivo compuesto de tres individuos, los señores don Pedro Molina, don Juan Vicente Villacorta y don Antonio Rivera.

Abolición de los tratamientos de Magestad, Alteza, Excelencia, Señoría, Don etc. y supresión del hábito talar en los magistrados, abogados y empleados de justicia.

Designación del escudo de armas y pabellón nacional. El escudo debía contener un triángulo con cinco volcánes dentro y por encima un arco iris y bajo de éste el gorro frigio esparciendo rayos. Los colores del pabellón debían ser azul y blanco, horizontalmente colocados, con la inscripción «Dios, Unión, Libertad».

Excitación á los cuerpos deliberantes de ambas áméricas, para formar una confederación general, que representara unida á la familia américana y garantizará su libertad e independencia.

Abolición de las bulas de la Santa Cruzada.

Declaración de que el territorio de Centro América era un asilo inviolable para las personas y las propiedades de los extranjeros, y que por ningún motivo podían confiscarse dichas propiedades; permitiéndose además á los mismos extranjeros, dedicarse á la industria, arte, ú oficio que quieieran, y previniendo á los funcionarios del gobierno les facilitaran su tránsito libre en todo el país.

También para que se colocaran en el salón de sesiones los retratos del Libertador Simón Bolivar, de Fray Bartolomé de las Casasn y del señor de Pradt.

Declaración solemne de que los esclavos que existiesen en cualquier punto de Centro América eran libres desde aquel día 23 de abril de 1824., y de todo el que pisara el territorio no podría estar en esclavitud, ni ser ciudadanos que traficasen con esclavos.

Y por último, un decreto para que cada Estado federal tuviese su congreso ó asamblea para su gobierno interior, bajo las bases de la Constitución General.

Todos los decretos expedidos por la asamblea Nacional Constituyente, revelan la elevación de ideas de aquel ilustre Cuerpo y que son un timbre de justo orgullo para los centroaméricanos de todos los tiempos; mereciendo, á nuestro entender, especiales elogios, aquel en que, levantándose sobre las preocupaciones de su época, estableció en centro América el hombre no podía jamás ser esclavo del hombre.

Débese la proposición inmortal decreto á un clérigo venerable, al Doctor don Simeón Cañas, Diputado por Chimaltenango y digno émulo de Montesinos y Las Casas.

Cuéntase que el 31 de diciembre de 1823, el virtuoso anciano, que se hallaba postrado en cama, se hizo conducir al salón de las sesiones y tomando la palabra, y dijo con solemne entonación:
«Vengo arrastrándome, y si estuviera agonizando, agonizando viniera por hacer una proposición benéfica á la humanidad desvalida.

«Con toda la energía con que debe un Diputado promover los asuntos interesantes á la Patria, pido que antes todas las cosas y en la sesión del día se declaren ciudadanos libres nustros hermanos esclavos dejando salvo el derecho de propiedad que prueben los poseedores de los que hayan comprobado quedando para la inmediata discusión la creación de un fondo para indemnizar á los propietarios».

Después de exponer la manera como pensaba que debía verificarse la indemnización, el filantópico clérigo concluyó de esta manera:

«Todos saben que nuestros hermanos han sido violentamente despojados del inetimable don de su libertad, que gimen en la servidumbre, suspirando por una mano benéfica que rompa la argolla de su esclavitud. Nada, pues, será más grato a La nación, ni más provechoso á nuestros hermanos, que la pronta declaración de su libertad, la cual es tan notoria y justa que sin discusión y por general aclamación debe decretarse.»

«La Nación toda se ha declarado libre, lo deben ser también los individuos que la componen, Este será el decreto que eternizará la memoria de la Asamblea en los corazones de estos infelices que, de generación en generación, bendecirán á sus libertadores.
«Mas para que no se piense que intento agraviar á ningún poseedor, desde luego, aunque me hallo pobre y andrajoso, por que no me pagan en las cajas ni mis créditos, ni las dietas, cedo con gusto.

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